En el hermoso estado de Nuevo León, hemos sido testigos de un fenómeno cada vez más común: la interacción de osos con los seres humanos en áreas urbanas y montañosas. Estas imágenes de osos en la basura, merodeando por casas, plazas y automóviles, e incluso compartiendo alimentos con personas, se han vuelto una postal familiar en nuestra región.
La pregunta que surge de inmediato es: ¿por qué estos encuentros se han vuelto más frecuentes? A menudo, se asume que se debe a un aumento en la población de osos, pero la realidad es más compleja. La verdadera causa detrás de esta tendencia es que algunos osos se han vuelto «adictos» a nuestra comida. Cuando estos animales prueban nuestros alimentos procesados, ya sea que se les ofrezcan deliberadamente o no, quedan atrapados en un ciclo de dependencia que puede durar toda la vida, siempre que la oportunidad de acceso a estos alimentos se mantenga.
Esta adaptación de supervivencia ha llevado a que los osos desarrollen la capacidad de identificar y recordar la ubicación de los alimentos, especialmente aquellos ricos en nutrientes y de fácil acceso. La dieta natural de los osos varía según la disponibilidad local de alimentos, lo que puede incluir pescado, cervatillos, bellotas (una fuente clave de alimento en la dieta de nuestros osos), tunas y otros recursos.
Imaginemos por un momento lo que ocurre en la mente de un oso cuando alguien le ofrece un «súper alimento» como un pingüino en el Parque Chipinque o un pastel de manzana en el Parque La Huasteca en un intento de ayudarlo. En esos momentos, los osos asocian la comida con los humanos y su cerebro registra esta conexión. Esto condiciona a los osos a no buscar alimento en la naturaleza, sino a buscarlo donde encuentren humanos dispuestos a proporcionárselo o incluso arrebatárselo fácilmente.
Esta asociación no solo afecta a los osos adultos, sino también a las crías, ya que las madres enseñan a sus oseznos a conseguir comida de los humanos. Esto significa que desde una edad temprana, los osos se vuelven dependientes de nosotros para sobrevivir.
Además de perturbar el comportamiento natural de los osos, estas interacciones humano-oso también tienen consecuencias perjudiciales para los humanos. Los osos negros, que son los más comunes en nuestra región, tienen la capacidad de infligir daño a las personas, lo que ya ha ocurrido en el pasado en Nuevo León y Coahuila.
Una de las formas en que involuntariamente perpetuamos este ciclo peligroso es a través de la gestión inadecuada de nuestros residuos. Los desperdicios de alimentos, tanto de hogares como de negocios en áreas cercanas a la sierra, atraen a los osos, especialmente durante la noche. Esta situación afecta no solo a los osos, sino también a otras especies que llegan después de que los osos han inspeccionado los desechos en busca de comida.
La responsabilidad de una correcta gestión de residuos recae en los municipios, y el estado interviene cuando se trata de una cierta cantidad de residuos generados mensualmente. En este sentido, la Secretaría de Medio Ambiente del Gobierno de Nuevo León está tomando medidas importantes para abordar este problema. Se está desarrollando una norma ambiental que prohíbe la disponibilidad de alimentos para los osos durante la noche y exige que los grandes generadores de residuos en estas áreas cuenten con sistemas de almacenamiento a prueba de osos. Esta sería la primera normativa de su tipo en México.
El problema se agrava en septiembre, ya que los osos aumentan su consumo de alimentos para acumular reservas de grasa corporal antes del invierno, y la comida natural escasea debido a las condiciones climáticas prevalecientes.
Si bien es un orgullo tener osos en Nuevo León y presumir con el eslogan «Nuevo León, tierra de osos», sería aún mejor mostrar al mundo que somos «Nuevo León, tierra donde se sabe convivir con los osos». Esta evolución en nuestra convivencia es esencial para proteger a los osos y garantizar un entorno seguro tanto para ellos como para nosotros.
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